martes, 7 de abril de 2015

Conejos nacidos del sombrero.

Qué curioso aquel mago. Él, sin poseer sorpresa alguna respecto de sus trucos, dándome una flor que hizo aparecer dijo "Nunca dejes de sorprenderte".
¿Por qué me eligió a mí, de entre toda la gente, para recitar justo esa frase tan correcta y profunda? Quizás porque festejaba su magia cual niño pequeño, pues hay que asombrarse de todo. Tal vez vio eso en mí, asombro a pesar de que implícitamente ambos sabíamos que los trucos eran eso, trucos. ¿Acaso eso les quita realidad?
Azar; otra posibilidad. Qué poético hubiera sonado mencionar en el párrafo anterior que aún conservo la flor. Si me eligió azarosamente, quedaría completamente patético.
Pero, ¿existe el azar? ¿O todo está predestinado? ¡Qué aburrida la última posibilidad! Dan ganas de suicidarse, ¿o no? Aunque, también, la muerte es tan simple, cuando la vida está llena de posibilidades. Si existe tal, claro está.
Las sorpresas, cómo olvidarlas. Personalmente, las adoro. Aunque cabe destacar que cada vez que tengo la certeza de que habrá una, debo saberla. Terminando así con la sorpresa en sí. Qué contradicción.
También, ansío conocer absolutamente todo. A cada instante le atribuyo preguntas incontables, a veces buscando respuestas. Sorprendiéndome en cada momento, sólo encuentro más interrogantes. Lo cual me resulta fascinante. Y pertubador.
Qué facil se termina la magia, qué difícil volver a creer. Cuando somos niños, creemos desmedidamente; a medida que nos convertimos en adultos, aprendemos, conocemos y nos acostumbramos, nos volvemos incapaces de pensar en una mínima posibilidad de que nos podamos comunicar con las mariposas.
Hace poco, pensé en una cierta cantidad de cosas que haría antes de morir. Claramente, no podía decir que moriría por ver un dragón. Actualmente, no existen. Pero, ¿por qué no creer que pueden existir? ¿Por qué no tener esperanza? Quizás porque en el mundo actual hay una resignación masiva, o porque las sorpresas suelen ser negativas.

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